Alimentación
En un mercado de Senegal, que bien podría ser el de cualquier otro lugar del mundo, el joven Mamadou se fija en unos sacos de arroz con letras y símbolos extraños de vistosos colores. El precio sí lo entiende, aunque no lo comprende. ¿Cómo es posible que un saco de arroz cueste tan poco dinero? Él sabe de lo que habla, pues muchas veces acompaña a su familia a trabajar en la tierra donde lo cultivan. Además, cuando la cosecha es buena y hay excedente, acude al mercado con su padre para venderlo.
Al verlo parado ahí en medio mirando fijamente el colorido saco, el vendedor le cuenta que ese arroz viene de un país lejano, a miles de kilómetros de distancia. A Mamadou no le salen las cuentas cuando piensa en la cantidad de combustible que se han debido de gastar en traer ese saco hasta su comunidad. ¿Cómo va a costar menos que el de su familia que viaja en bicicleta? Tampoco ve lógico que traigan arroz desde tan lejos habiendo tantos campos de arroz alrededor de donde vive y en los que trabajan la mayor parte de sus vecinos y amigos. Hay muchas mujeres entre ellos. A medida que va dándole más y más vueltas al asunto se abren nuevos interrogantes que quedan sin respuesta.
Al poco llega su vecina Fatou y compra un poco de ese arroz, que resulta tener una forma y color diferente. La verdad es que se parece poco al que se cultiva y come en la comunidad.
– “Incluso sabe diferente”, comenta ella.
– “El otro me gusta mucho más pero este es más barato. Y ahora que hemos dejado de cultivar nuestro propio arroz por lo poco que nos pagan por él tenemos que reducir gastos”.
Y así, poco a poco, en la comunidad donde vive Mamadou y en el resto de comunidades de su país, la gente deja de cultivar su propio arroz y a consumir el que viene de fuera. Cuando ese arroz haya desplazado de los mercados al resto de los que se producen localmente, la compañía podrá ponerle el precio que quiera, pues no tendrá competencia. Se ha perdido la semilla de arroz que tanto le gustaba a Fatou, se ha perdido la manera de ganarse la vida de su familia y vecinos, se ha perdido el conocimiento sobre cómo cultivarlo, se ha perdido la capacidad de saber si se han empleado o no productos químicos para producirlo… Se ha perdido, en definitiva, el control sobre la propia alimentación.
Si vas al supermercado más próximo y compruebas en las etiquetas el origen de los productos más cotidianos, seguramente tú también te llevarás más de una sorpresa.
El derecho a la alimentación no es simplemente que puedas llevarte algo a la boca para poder comer. Debería implicar que las personas tengan el control sobre un modelo alimentario justo, que permita proveer alimentos adecuados a la población y ser un medio de vida para las personas que se dedican a producirlos. Cuando este modelo está en manos de un puñado de compañías, cuyo fin a toda costa es hacer de la alimentación un negocio rentable para sus bolsillos, podrás imaginarte que el asunto se desvirtúa bastante. ¿Sabes lo peor de todo esto? Que las leyes se lo permiten, que están diseñadas para favorecer este juego. Y con la comida sólo deberían jugar las niñas y niños.
Y esto no ocurre solo en lugares lejanos, bien diferentes de donde vives. Basta mirar a tu alrededor y ver campos y campos abandonados, pueblos que se quedan vacíos por la migración de las personas a las ciudades tratando de conseguir mejores condiciones de vida ya que del campo no pueden vivir dignamente. ¿Cuántas veces no hemos visto a nuestros agricultores vertiendo, por ejemplo, litros de leche o kilos de tomates delante de la puerta del Ministerio de Agricultura? No lo hacen por capricho, están enfrentándose a un sistema injusto que permite que un puñado de aprovechados, a los que no les importa lo más mínimo tu alimentación por muy emotivos que sean sus anuncios, se hagan ricos a costa de todos los demás.
Por ello, las ONG andaluzas trabajamos conjuntamente con organizaciones campesinas locales para que las personas recuperen el control de este sistema alimentario, tanto en España como en el resto de países donde estamos presentes. No para enseñar a pescar o dar una caña, que eso ya saben hacerlo y bien, sino para construir un modelo alternativo que sea justo con todos los seres vivos que habitamos este planeta.
Hemos hablado de agricultura, pero en este trabajo también colaboramos con personas que se dedican a la ganadería y a la pesca. Y, aunque las personas están en primera fila, acabar con el hambre y apostar por un modelo justo y duradero de alimentación también nos hace tener muy presente a la naturaleza. Un dato: los conflictos y el efecto del clima han hecho que el número de personas que pasan hambre suba por primera vez en 15 años. En este panorama, es prioritario trabajar pensando en la población en riesgo: habitantes de países en desarrollo, especialmente mujeres, menores y lactantes. Y no, no nos olvidamos de las personas que viven en Andalucía: muchas de las ONGD andaluzas colaboran también con familias con dificultades en nuestra comunidad.
ALGUNOS DATOS:
- Actualmente, 815 millones de personas no comen lo que necesitan para estar bien alimentadas.
- La gran mayoría de personas que pasan hambre vive en países en desarrollo, donde el 13% de la población no está bien alimentada. Asia es el continente que reúne a más personas en esta situación (dos tercios del total).
- La nutrición deficiente provoca casi la mitad (45%) de las muertes de niños menores de 5 años: 3,1 millones de niños al año.
- La agricultura es el sector que más empleo produce en el mundo: es la forma de ganarse la vida del 40% de la población.
- 500 millones de pequeñas granjas en el mundo, la mayoría de secano, proporcionan un 80% de los alimentos que se consumen en la mayor parte del mundo en desarrollo. Una razón de peso para invertir en los pequeños agricultores, mujeres y hombres, así como en la producción de alimentos para mercados locales.
- Desde 1900 se ha perdido el 75% de la diversidad de las cosechas en los campos.
- Si las mujeres agricultoras tuvieran el mismo acceso a los recursos que los hombres, el número de hambrientos en el mundo podría bajar en hasta 150 millones